Esta mañana me amanecí temprano y fui de caminata por las calles de Columbia. Hace cinco años hoy, el 31º de mayo de 2008, me desperté aún más temprano y fui caminando por las calles de un lugar un poco más exótico, el pueblo de Aguas Calientes en el Perú, para poder subir al autobús para ascender a las alturas de Machu Picchu.
Al llegar a la entrada de la antigua ciudad Inca todavía no se había amanecido el sol. El cielo quedaba oscuro y el aire estaba lleno de nieblas. Dirigí la mirada hacia las famosas ruinas pero no se podía ver nada. Todo estaba escondido detrás de las nubladas sombras.
Entonces busqué el pasaje para la Puerta del Sol, el fin del Camino Inca. Por las tinieblas me fui en esa senda hacia el sol.
Esa puerta da una vista rara y extraña. Con el sol subiendo por el este, se parten las nieblas y en el lado oriental de la puerta las rocas resplandecen del sol. Pero al lado occidental de la puerta las piedras quedan frías y oscuras. Era como que de la puerta había creado una línea invisible pero verdadera entre la luz y la oscuridad, entre el día y la noche.
Poco a poco, mientras el sol subía y subía, esa línea se arrastraba por el sendero Inca hasta que el lado oeste también se bañaba con rayos del sol. Me di la vuelta y empecé por el sendero hacia el destino de Machu Picchu. Me había acostumbrado al ardor del sol, pero al doblarme hacia el oeste me di cuenta de repente que el sendero estaba todavía en tinieblas. Con el sol a mi espalda comencé el camino hacia las vistas que yo había venido a experimentar. A cada paso que tomé me seguía el sol y relumbraba mi ruta.
Se apartaban las nubes poco a poco y al llegar a las ancianas ruinas, ellas todavía se escondían, encubiertas por un velo nuboso. Venía el sol y se partían los celajes. Gradualmente se me revelaba Machu Picchu. Lentamente lo llegaba a conocer. Con cada rayo del sol se iluminaban los misterios de Machu Picchu.
Pasé todo el día explorando cada rincón de Machu Picchu, hasta que mis pies me ladraron. Iba conociéndolo y al fin del día me pregunté, ¿lo conozco? No. Esto es la jornada: explorar y conocer, poco a poco, lo mágico. Lo hacemos con la ayuda del sol y con los pasos que tomamos de la oscuridad hacia la luz.